Mi buzo amarillo tiene sangre: Un acercamiento a la fast fashion

Estoy sentada frente al tv, llevo puesto mi buzo amarillo, comprado en H&M, son las 4:24 de la mañana y mi mirada fija sobre las burbujas de una taza de café me tienen abstraída mientras proceso lo que vi en el documental The True Cost (Andrew Morgan, 2015), pues identifiqué que gran parte de mi ropa responde a una marca de fast fashion. ¿Cómo no lo pude pensar antes? Por 8 años he llevado en mi cuerpo un símbolo de explotación de mujeres en el sur global. Tomo un sorbo de café. Mi memoria me recuerda que hace 8 años, el mismo tiempo de haberse estrenado el documental, caminaba por tiendas en Madrid deslumbrada por el norte global. La gente entraba y salía. Los bloques de personas recorriendo las tiendas en la Gran Vía parecían hordas de zombis que en vez de cerebros querían ropa para intentar alcanzar una supuesta felicidad. Mi cabeza tiene una rápida respuesta para todo esto y es que vivimos en un sistema mundo capitalista y colonial que nos arrastra, que nos aliena y nos incita al consumo.

En aquel tiempo era una becaria de un programa sobre función pública, pero en la Gran Vía solo que quería consumir ropa y maquillaje para que el brillo cayera sobre mí y ocultara que no era ni de cerca parecida a los estándares hegemónicos. Nunca había comprado tanto como en Madrid. Todos mis ahorros se esfumaron entre ropa y maquillaje. Hasta que una frase me hizo despertar y no era precisamente un discurso anti-consumo. Estaba esperando el tren junto a varias compañeras definiendo la mejor ruta de compras y una de ellas dijo -La ropa de H&M tiene buen precio, dura la temporada y luego se bota.-

¿Botar?


Por mi cabeza nunca había pasado que toda esa ropa iba a durar 3 meses y se tenía que tirar. Ese es el concepto de fash fashion, ropa que va a ser desechada en un corto periodo de tiempo, por tanto tiene que ser barata para incentivar el consumo; es decir, hacer que la gente vuelva a la dinámica del mercado. En ese instante me di cuenta que comprar no me provocó la felicidad prometida. Comprar me causó tristeza. Aun sin conocer lo sangrienta que es la industria de la moda, entendía el concepto de una sociedad hundida en el consumo. Mientras compraba era abducida a una nave espacial donde no reflexionaba, es lo que Marge Auge llamaría “no Lugar”. Espacios de anonimato donde no se ejercen procesos de comunicación con el otro. Intento no comprar en una tienda de fast fashion desde el 2015, huyo de los no lugares y aún conservo aquella ropa. Es inevitable que me pregunte ¿Cómo la industria de la moda logra la creación de un estilo de vida que fetichiza la mercancía y aliena a sus trabajadoras?

Al fast fashion se lo considera como la nueva forma de esclavizar a las mujeres a nivel mundial, debido a las condiciones laborales precarias en los países del sur como Asia, África y Latinoamérica. En este sentido, se puede entender la explotación a través de la teoría de la dependencia, una teoría sociológica latinoamericana que busca explicar las condiciones de desarrollo rezagado de América Latina a mitad del siglo XX. La dependencia es una relación de poder desigual entre los países centrales como Estados Unidos o países de la UE con los países periféricos. Un ejemplo de esto es la explotación petrolera por parte de los países centrales.

La industria de la moda es la segunda industria más importante a nivel global, pero también la segunda más contaminante. Además, la ropa no se fabrica mayoritariamente en los países centrales, sino en las periferias – aunque dentro de los países centrales también hay periferias que reúne a personas empobrecidas, migrantes, mujeres, etc.-. En otras palabras, los centros son los que producen bienes de alto valor agregado mientras que las periferias producen materias primas y mano de obra barata que hace posible que los países centrales obtengan beneficios para satisfacerse, pero los países periféricos sufren la explotación y el mayor impacto de la crisis climática.


El COVID-19 evidenció esta relación hegemónica de dependencia y la agudizó. A inicios de la pandemia Heidy Ordoñez, una activista guatemalteca comentaba en un podcast para Efecto Latam que “el quedarse en casa fue un privilegio, la mayor parte de este país seguía trabajando. El gobierno suspendió el transporte público, pero a los patronos no les importaba y las mujeres debían ir a las maquilas a trabajar.” Según la RAE, las maquilas son un “trabajo de manufactura textil parcial realizado por encargo de una empresa.” Un estudio realizado por Oxfam encontró que “en Centroamérica 263.000 trabajadoras textiles viven explotadas en las zonas francas o maquilas. Ellas representan un 58% del total de la fuerza laboral en el sector”.

Quisiera ahondar un poco más en la relación centro-periferia, pues creo fundamental entender estas dos categorías para complejizar nuestra mirada. A través de la categorización centros-periferias se produce una división internacional del trabajo que se basa en la explotación de las periferias empleando mecanismos políticos y jurídicos para perpetuar el capital. La producción global es aceptada porque ya se crearon condiciones que la posibilitan. Por ejemplo, que en EEUU no haya una ley que garantice que la ropa proviene de espacios libres de explotación o que en los países periféricos se implementen leyes justas con su población. Aquello tiene consecuencias en el desarrollo de los países, el subdesarrollo no es un estado transitorio, pues en el capitalismo ambos escenarios son la cara de la misma moneda. Para que haya regiones desarrolladas tienen que haber otras subdesarrolladas. De Bangladés se explota la mano de obra, la industria del cuero en India contamina los ríos, los pesticidas causan enfermedades en los niños, las mujeres en las maquilas de Centroamérica tiene jornadas de hasta 24 horas.

El fetichismo oculta la explotación


El glamour del mundo capitalista tiene sangre, pero las pasarelas y la música que convierte el acto de comprar en una acción idealizada por alcanzar un estilo de vida está envuelta en lo que Marx llama el fetichismo de la mercancía. Este el secreto mediante cual la mercancía se autonomiza de las relaciones de producción de las cuales se originó, es decir el objeto es sacado del contexto de relaciones sociales basadas en la explotación y entra en una lógica de intercambio en las cuales las relaciones de poder le otorgan un valor distinto a lo que podría ser una cuantificación de las relaciones de producción. Ahora tienen un valor de mercado. Marx lo llama distinción entre el valor de uso y valor de cambio. Entonces, el fetichismo es sacar al objeto de las relaciones de las que fue producido, relaciones que están marcadas por el dolor. Solo basta recordar Plaza Rana, un edificio textil de 9 plantas en Bangladesh, que colapso el 2013 por las malas condiciones de la infraestructura. Murieron 1.130 personas y más de 2.500 resultaron heridas, pese a esa tragedia totalmente evitable aun muchas empresas no suscriben el Acuerdo Internacional sobre Salud y Seguridad en la Industria Textil y de la Confección, según Human Rights Watch.

Es que todo el proceso de industrialización capitalista que afecta a les trabajadores y la naturaleza está velado por el fetichismo de la mercancía. Mi buzo amarillo esconde muerte, contaminación y explotación. Además, hay un proceso de trabajo enajenado que se da en escenarios de explotación, de repetición y el robo de la riqueza creada por el proletariado.

Para Marx el trabajo es un proceso que crea mercancías pero también se crea así misma la humanidad, entonces el trabajo enajenado es cuando el proletariado al vender su fuerza de trabajo es arrebatado de su capacidad creativa y es deshumanizado con el fin de generar riqueza para el capitalismo. El proletariado no se reconoce así mismo, ya que el capitalismo se adueña de su vida, pero es fundamental la organización y sindicalización para romper la alienación. El obrero se empobrece más mientras más produce porque la riqueza es para la estructura capitalista. La industria de la moda enajena a les trabajadores de las periferias para poder vender más barato y generar una industria que promocione estilos de vida falsos porque están manchados por la sangre de trabajadores. La sindicalización es clave. En Camboya hay una profunda represión al sindicalismo, pero al mismo tiempo la constante organización ha conseguido conquistas salariales.

La industria de la moda tiene al menos 300 millones de trabajadores de esos más del 50% son mujeres. Por su parte en Latinoamérica, según el Centro de Investigaciones sobre Empresas Multinacionales (SOMO), 9 de cada 10 trabajadores de las maquilas son mujeres. Oxfam hace un estudio profundo sobre los perfiles de estas mujeres en la región y llega a la conclusión que son mujeres jóvenes entre 18 y 35 años, sin estudios completos, el 80% son madres y lo más revelador son cabezas de familia y provenientes de zonas rurales. Las mujeres son doble o triplemente explotadas pues están atadas a la producción en las maquilas, pero también en los trabajos de cuidado de hogar. En este sentido el capitalismo y patriarcado se articulan para subordinar.

Capitalismo transestético

La situación del fast fashion en el sur global confirma lo que dice Lipovetsky refiriéndose a que el capitalismo es la barbarie moderna. Vivimos en un sistema de hiperconsumo donde paralelo a las mercancías se construyen estéticas para provocar consumo masivo. La magia de la publicidad haciendo su trabajo al servicio del capital. El proyecto globalizador busca homogenizar a nivel cultural para que las mercancías puedan ser universales al momento de consumir. Lipovetsky concluye que “hay una estetización de la vida cotidiana y económica configurando economías de la hipermodernidad.” El sistema capitalista para incentivar el consumo en la sociedad crea necesidades a través de la publicidad que funciona más bien como una propaganda totalitaria que vende estilos de vida y la sensación que por medio del consumo se va a obtener la felicidad, le belleza, la libertar, pero lo único que están haciendo estás estéticas publicitarias es ser un consuelo para una clase media que está cada vez en decadencia. La moda rápida permite acceder con precios cómodos a una sensación de poder adquisitivo. No podemos comprar una casa, un carro, un seguro social, pero podemos comprar un pantalón, un reloj, una blusa…Ahí está el engaño del capitalismo para no garantizar una vida digna. Hay dos tipos de productos, los que la gente utiliza y los que consume. El reto del capitalismo por medio del marketing y la industria cultural es hacer que los productos de consumo sean considerados como productos de utilidad. En este proceso hay una estetización global, homogenizar para que el consumismo sea universal constituyendo una sociedad del espectáculo y consumo.


Actualmente, hay varios factores para saber que estamos en el capitalismo transestético algo que supera a todas las eras estéticas. En este momento se da una estetización de todo – mundo y vida cotidiana- Los lugares de comercio que habitamos, nos venden un estilo de vida con el fin de crear un régimen de hiperconsumo, mientras más se consume mejor supuestamente nos vamos a sentir. Esto da como resultado individuo transestético que son adictos del consumo, hace nada pasamos una promoción de ropa “give way” y no es de extrañarse ver videos circulando en redes en especies de guerras por los productos. Como consecuencia, el capitalismo transestético sería una cúspide del capital donde todo se empapela para dopar a la sociedad.


En el ámbito de la moda hay alternativas que se introducen para quemar al sistema como el tianguis que son espacios de venta de ropa de segunda mano basado en la moda circular, el cooperativismo como forma de economía colectiva. La consciencia del consumo es clave y cambiar la idea de tirar todo a la basura. En un sistema donde tirar es la norma… Coser es resistencia y así no le decimos adiós a nuestra ropa favorita. Las reflexiones sobre mi buzo amarillo y el capitalismo me conducen a que es necesario pensar en una disputa política desde lo cultural y la información para poner temas en agenda pública. El periodismo tiene el reto de informar en narrativas cercanas y el arte de incomodar, interpelar y hacer llamados a la acción. La industria cultural hegemónica ha sido controlada por las élites para crear una mirada hegemónica de ver el mundo y ocultar a sectores históricamente vulnerados. Por ello, la conquista tiene que ser de información, representaciones y organización. La sindicalización en los países del sur global es fundamental para exigir mejores condiciones y salarios, pero esto no puede estar aislado de procesos periodísticos y artísticos que aporten desde lo discursivo y simbólico. La revolución de la contemporaneidad es cultural y debemos articular desde los distintos frentes.

Un comentario en “Mi buzo amarillo tiene sangre: Un acercamiento a la fast fashion

  1. Cada palabra que dices me hace reflexionar en cuanto al consumo, de ahora en adelante no te compraré ni ropa, ni accesorios jajaja éxitos Roja 😘

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